jueves, 23 de octubre de 2014

Cuando alguien decide marcharse de tu vida y lo hace con prisa y sin pausa es porque no tuvo claro nunca que tú eras su mejor sitio y el rincón más bonito donde quedarse.

Es costumbre ya que en las peores circunstancias la gente se marche, se vaya, se aleje, no luche..., pero más costumbre es, marcharse siendo la víctima. La victima de esa historia de dos. Y digo de dos, porque cuando se apagaban las luces en la noche y se abrían las persianas en la mañana erais dos los que ocupabais la cama, los que os abrazabais, y os mirabais, os besabais...e incluso a veces os amabais. Y erais dos los que planeabais, soñabais despiertos, y destrozabais juntos esos sueños. También erais dos los que nunca lograsteis poneros de acuerdo, ni os escuchabais y sólo os gritabais. Incluso seguíais siendo dos cuando perdíais la paciencia y os dejabais. Incluso ahí, seguíais siendo dos.

El problema viene cuando nos empeñamos en echarle la culpa a alguien. Cuando no tienes bastante con una despedida y quieres un adiós desastroso. Un adiós que sabes que acabará pasándote factura el mismo día que te des cuenta que dejaste ir a la persona que más te quería porque nunca supiste que erais dos. Los mismos dos que sin comerlo ni beberlo rompisteis eso que presumíais tener.


Quizás el día que dejes de sentirte inmune, te eches de menos y la eches de menos. Igual de menos que te echó ella cada día, sin remedio y muchas esperanzas perdidas.